jueves, 7 de agosto de 2008

Siete (III)

Querido padre:

A escasas horas de abandonar la tierra que me vio nacer, sólo tengo en mi cabeza un pensamiento y en mi corazón un deseo. Padre, no me odies por esto; las circunstancias me han obligado a hacer lo que días antes hizo el hombre al que amo: huir. Huir de esta ciudad que cada hora, cada minuto, se me antojaba más gris y opresora que antes. Huir de un pasado lleno de desdicha, de un presente lleno de vergüenza y de un futuro lleno de habladurías.
Por mucho que quisiera quedarme contigo para rehacer mi vida al lado de otro hombre -aún soy muy joven y bonita, lo sé-, el peso del deshonor caería sobre mí y sobre nuestra familia como una losa. ¿Quién querría casarse con alguien en mi situación? ¿Quién querría ser "el otro", una simple cura para una necesidad?
Cegada por el odio, he de confesar algo monstruoso. Escapo de esta realidad inaguantable para convertirme en el motivo de mi abandono: una prostitua. ¿Acaso te sorprende, padre? ¿Acaso creías que huyó por algún noble motivo? No, me plantó en el altar por una insignificante y pobre prostituta, por una mujerzuela que no le ofrecía más que su cuerpo y alguna que otra enfermedad y que él aceptó gustoso.
Pero no te preocupes, yo jamás seré una insignificante y pobre prostituta. Seré la mejor, y regentaré el más famoso y exclusivo burdel de cuantos haya allí donde voy, con las chicas más bellas y sofisticadas. Y recuperaré el prestigio y respeto perdidos, pudiendo pasear al fin con la cabeza bien alta, sin importar mi oficio. Los hombres me adorarán y las mujeres quedarán fascinadas por mi presencia.

Puede que pienses que es una decisión guiada por la inmadurez y el fervor del despecho, y quizá no te falte un ápice de razón. Padre, has de entenderlo, como me has entendido tantas veces.
Si hago esto es porque, en mi fuero interno, sé que Adrien y yo volveremos a encontrarnos. No sé si será cuestión de meses o muchos años separen ese momento, pero sé que lo haremos. Es en ese entonces cuando se arrepentirá de no haberme tomado por esposa, de no haber sido el primero en probar mi joven carne.
No volveré, pero tendrás noticias mías tan pronto como llegue a mi destino. No has de preocuparte, pues sabes que me las apañaré bien. Te ruego, amado progenitor, que no me busques. No quiero que veas a tu única hija dada a la mala vida, por muy lujosa y llena de comodidades que esta me pueda llegar a ser.
Siempre, padre, estarás en ese rincón de mi memoria que guarda los mejores y más felices recuerdos. Siempre haré todo para honrarte, aunque estés tan lejos y te sean tan inútiles mis hazañas. Siempre te querré, a pesar de que tú me odies por esto.
Siempre tuya,
Christine.
"¿Cómo voy a odiarte, fresita mía?" El señor Black dejó escapar una lágrima silenciosa. Una hora antes, un muchacho del puerto había traído el sobre, cerrado de mala manera y sin remite, pero con la dirección escrita con una letra pequeña y elegante, que el hombre reconoció enseguida. Miró con ojos tristes la fotografía de su pequeña y suspiró, abatido. "No voy a verla nunca más... ¿Por qué, mujeres de mi vida -miró hacia el retrato de su mujer también-, os empeñáis en abandonarme cuando más os necesito?"