Ante la indignación de los invitados, los padres de los novios se vieron obligados a deshacerse en disculpas con ellos y perdirles que se retiraran hasta nuevo aviso. La novia, desolada, se negó en un primer momento a abandonar el santo lugar, hasta que, convencida por su padre de que era mejor volver a casa y esperar allí, accedió.
Lloró durante todo el trayecto. Cuando llegó, subió despacio las escaleras hasta su cuarto, silenciosa y con la mirada perdida, y se sentó delicadamente en el sillón de su escritorio.
Marie llamó con unos tímidos golpecitos y entró, a pesar de no recibir permiso.
-Señorita...
Christine no se inmutó. Siguió con la vista fija en el espejo, mirando sin ver.
-Señorita... El señor Adrien vino hace un rato... Me..
Como movida por un resorte, Christine saltó del taburete y se abalanzó contra la criada.
-¿¡Cómo!? ¿Adrien ha estado aquí? ¡Habla, maldita, habla! - gritó, zarandeándola.
-Señorita, tranquilícese, por favor. Él...
-¿Cómo voy a tranquilizarme, inútil? ¿Mi prometido ha estado aquí y quieres que me tranquilice? -voceó, soltándola de golpe.
Marie tenía miedo. Su señora parecía poseída por el mismo Diablo. Antes de volver a convertirse en el blanco de su furia, sacó un pequeño sobre blanco del bolsillo de su uniforme. En la parte delantera podía leerse Christine Black, escrito con una letra temblorosa y ligeramente inclinada. En ese mismo instante, Christine se giró y observó con los ojos muy abiertos las misiva.
-¡Fuera de aquí! -aulló, arrancándole la carta de las manos y empujándola hacia la puerta. Rompió el sobre y desdobló el papel descuidadamente, ávida de noticias. En su interior, fluía la esperanza de encontrar una disculpa y una nueva fecha para el enlace. Leyó:
Querida Christine:
Después de escribir a mis padres explicándoles mis motivos, me siento en la obligación
moral de dirigirme a ti.
Ahora mismo estoy a punto de embarcar en el buque que nos llevará a Virgine y a mí a
tierras lejanas, lejos de obligaciones y matrimonios de conveniencia.
Tu cuerpo infantil nunca fue de mi agrado. A pesar de tu belleza, tu inexperiencia en el
terreno amoroso me hizo perder cualquier interés por ti.
Sin embargo, cuando conocí a Virgine supe que sería la mujer de mi vida. Después de unos cuantos encuentros sexuales, le prometí que acabaría con la mala vida que llevaba y la
convertiría en mi esposa.
Intenté disuadir a mi padre de nuestro compromiso, para no hacerte pasar por el mal trago
de ser plantada ante el altar.
Lo siento, Christine, pero, al no conseguirlo, no me quedaba más remedio que huir sin hablar
a nadie de mis planes.
Espero que encuentres un hombre que te merezca.
Siempre tuyo,
Adrien.
Christine destrozó la carta en un ataque de ira. Chilló, maldijo, pataleó, tiró todo cuanto pudo. Las lágrimas ardían al rodar por sus mejillas. Presa del odio, se arrancó el vestido y, semidesnuda, lo desgarró con saña.
Su padre y dos criados entraron en la habitación y la ataron de muñecas y tobillos hasta que, agotada por el esfuerzo, se calmó. La tumbaron en la cama y volvió a su estado catatónico inicial.
-Fresita...-susurró el señor Black, sentado al borde de la cama, acariciándole el cabello-. Fresita, no te preocupes. Todos los jóvenes de la ciudad están deseando ser tu esposo. Mi vida, siento tanto haber elegido a tal sinvergüenza para ti...Pero esto no quedará así, puedo asegurarte que haré cuanto esté en mi mano...
Pero Christine no le prestaba la menor atención. Su cerebro bullía de una actividad frenética y desordenada. ¿Por qué a ella...?
Acabó durmiéndose, horas después, con un sueño pesado e intranquilo.
Se despertó temprano, asombrosamente lúcida y despejada. Bajó a desayunar después de vestirse y asearse y encontró en el comedor a su padre, al que besó en la calva amorosamente.
-Buenos días, querida. ¿Has dormido bien? -dijo, ofreciéndole asiento.
Ella declinó la invitación y se mantuvo de pie, frotándose nerviosamente las manos.
-Verás, papá, he tomado una decisión.
-Te escucho, fresita.
-Necesito disponer de la herencia de mamá. Sé que no soy mayor de edad y que no debiera tenerla tan pronto, pero considéralo mi regalo de cumpleaños.
-¡Oh, es cierto! Daremos la mejor fiesta de la ciudad. ¿Has pensado ya en los invitados? Bueno, lo mejor será que John se encargue de estas cosas.
-Papá, ¿me darás o no la herncia?
El hombre bajó la mirada y carraspeó:
-Bueno, Christine, no sé si será lo más conveniente.
-No siempre lo más conveniente es lo mejor -replicó amargamente, desviando la mirada.-Prometo que haré un buen uso de ella.
-Confío en que así será. Esta tarde firmaremos el traspaso de poderes. Ahora desayuna con tu viejo padre, que tanto te necesita.
Christine salió de casa cargando con un pequeñísimo bolso en cuanto recibió la herencia, alegando que había de hacer unas compras para su nuevo proyecto.
Fue ese el último día que la rica heredera de la familia Black pisó su hogar.
Dedicado a Lady Ginebra, que mañana se va de viaje.
Dedicado a Mae Lilien, que ya lo está.
Os echo de menos.