lunes, 7 de julio de 2008

Siete (I)

-Ya verá, señorita, va a ser la novia más guapa de la ciudad. ¡Qué digo la ciudad! Será la novia más guapa del país.
Christine rió, complacida. Miró el traje nupcial tendido sobre la cama y sonrió, pensando en Adrien, mientras la criada tensaba las cuerdas de su ropa interior.
-Apriétalo más, Marie; quiero que la cintura quede lo más marcada posible.
Obedeció y Christine boqueó ligeramente debido a la presión. Cuando la señorita estuvo satisfecha, Marie le ofreció la bata de raso.
-¡Fresita mía! -exclamó un hombre no muy alto y corpulento, abriendo la puerta del dormitorio de par en par.
-¡Papá!
Christine abrazó efusivamente a su padre y lo besó en la mejilla, justo antes de que él la cogiera de la mano y la hiciera girar sobre sí misma, al tiempo que ambos reían.
-Mi preciosa niña... ¡Estás radiante! ¡Absolutamente preciosa! Me alegro tanto de que hayas encontrado un hombre tan conveniente... Si te viera tu madre... Estaría tan orgullosa de ti -se secó una lagrimita invisible y abrazó a la muchacha.
-No exageres -dijo, riendo-, aún no me he puesto el vestido.-Tras un pequeño silencio, separándose y ladeando la cabeza, dijo: -Bueno, papá, has de irte. Aún queda mucho por hacer.
-Sí, hija, tienes razón. En un par de horas vendremos a buscarte. ¡Qué feliz soy! Si te viera tu madre...-exclamó al salir, acompañando sus palabras con grandes aspavientos.
Christine se sentó en el tocador y comenzó a empolvarse, mientras Marie le cepillaba el larguísimo cabello azabache.

Exactamente dos horas después, tal y como había anunciado el señor Black, llamaron a la puerta. Christine bajó las escaleras agarrada a la barandilla pulida, con la cabeza alta y la sonrisa triunfal, teniendo como telón de fondo los halagos de todo el servicio.

Salió del carruaje ayudada por su padre. Los presentes ahogaban exclamaciones de asombro a su paso. Su cara, semioculta por el velo de encaje, podía adivinarse blanca, pura, perfecta. Los ojos grises brillaban, llenos de felicidad. Los labios, rojísimos, se curvaban en una sonrisa cada vez que su mirada se cruzaba con la de algún invitado. Los susurros eran constantes aunque disimulados.
-Está realmente espectacular: parece un ángel. Incluso diría que irradia una luz especial -murmuró un invitado.
-Sí, sí -coincidió otra- cualquiera diría que sólo tiene catorce años.
-Si la viera su madre...¡Pobre mujer, tan joven y ya en el seno de Nuestro Señor! -lloriqueó una viejecilla.
-Ya se sabe; el que tiene un vicio...
-¡Calla, mujer, no seas cruel! Vamos, vamos -apremió el hombre-, es hora de entrar.
Toda la iglesia estaba adornada por orquídeas blancas por expreso deseo de la novia. El sol de abril se filtraba por entre las vidrieras, tiñendo los antiguos bancos con una luz casi mágica.
Christine giraba la cara a uno y otro lado, regalando sonrisas, cuando, al mirar al frente, un súbito desasosiego se apoderó de ella. En el lugar donde debería estar Adrien, su flamante prometido, sólo estaba el banco forrado de terciopelo.
-Papá-susurró, y su voz tomó un matiz de puro terror infantil-. Papá...¿Por qué no ha llegado ya Adrien?
El hombre salió de su ensimismamiento y miró hacia delante también.
-Tú tranquila, fresita. Seguramente haya tenido algún problema con el transporte. ¡No puedes fiarte de estos inventos tan modernos! Tú sólo sé paciente y espera. Llegará pronto.
Pero Adrien nunca llegó.

1 comentario:

Raúl III dijo...

Me gusta, ingenioso...me gusta como expresas esa ilusión y hasta emoción; (puntoycoma;Dxd) aunque encontré abrupto el cambio, y como sabes, me gusta el drama xD, y algo asi como la desesperacion de la prometida (segun mi punto de vista) no habria quedado mal :3
Que mas... ah si, tengo dislexia para leer =)...en la parte que dice : se sentó en el tocador, leí primero, se tocó en el sentador(?)
o algo por el estilo...bueno, que estes bien, disfruta la playita, el sol, la despellejación y esas cosas, te quiero, nos vemos