martes, 7 de octubre de 2008

Siete.

-¿Por qué estás aquí, Edouard? ¿Te gusta torturarme, no es cierto?
Exhaló el humo del cigarro y una media sonrisa surcó su rostro. Sentí un vacío en el estómago y luché estoicamente contra el irrefrenable deseo de lanzarme a él, abandonarme al placer y olvidar cualquier enfado. Ciento ochenta y cinco días sin él. Más de seis meses de condena. De libertad, quiero decir. Me sobrepuse y le miré inquisidoramente.
-¿Qué quieres?
-Victoria, Victoria. Hace tanto tiempo que no nos vemos… ¿Es así como tratas a los viejos amigos?
Reí. –Tú y yo no hemos sido amigos jamás, querido.
-Cierto. Entre nosotros siempre ha habido algo más… especial – aplastó el cigarro y se levantó, dispuesto a abrazarme, pero me aparté haciendo un acopio de toda mi fuerza de voluntad.
Le había echado tanto de menos que me parecía imposible rechazar lo que pudiera ofrecerme. Me sentí estúpida, débil, absolutamente ilógica.
-No has respondido a mi pregunta, Edouard. ¿A qué has venido? ¿Tu mujer es una frígida, verdad? Se…
Ni siquiera había terminado de pronunciar la palabra siguiente cuando sus labios ya estaban pegados a los míos y su lengua jugueteaba con la mía indecentemente. Me aprisionó entre su cuerpo y la pared y por un momento la cara de mi padre apareció en mi mente con total nitidez. Y recordé unas manos ancianas recorrer mi cuerpo infantil con lascivia, una voz grave susurrando en mi oído entre gemidos palabras obscenas, el dolor intensísimo tras la primera penetración, el miedo, la obligación, la mácula marcando mi piel…
-Para…-dije entre sollozos a la presencia de mi memoria, apenas consciente de que no era él quien me tocaba.-Basta ya…
Pero Edouard ni siquiera me escuchaba y cuando quise darme cuenta ambos estábamos desnudos. Me retorcí violentamente y me libré de él con un empujón.
-¡Basta, Edouard! Fuera de aquí, ¡fuera! No vuelvas a poner un pie en esta habitación lo que te resta de vida. ¡Largo!
No se inmutó. Me miró con escepticismo y acto seguido sonrió.
-Sabes que tarde o temprano volverás a mí, como tantas otras veces.
Hubiera podido en ese preciso instante golpearle hasta quedar exhausta si eso le quitara un ápice de verdad a sus palabras. Mi orgullo habló por mí esta vez:
-No. Ya no quiero ser partícipe de esta relación abusiva. Ya no quiero que vayas y vengas cuando más te interese, sin tener en cuenta mis deseos o mis necesidades. Se acabó.

3 comentarios:

Raúl III dijo...

No sé porqué dices que es una mierda de entrada. No has bajado el nivel, y no creo que llegues a hacerlo... en fin, ando con poco animo para comentar asi que hasta aqui llego mi gran y espectacular aporte..que estes bien
nos vemos mañana
y la vemos a ella *O*

Anónimo dijo...

Me gusta no hay mucho mas que decir es justo lo que faltaba

me vuelvo a mis deberes


te quiero

Sat dijo...

Genial :D:D:D:D:D:D:D:D.
Me encanta tanto el texto como lo que implica.
Se acabó, y ya está :).
Un besito muy gordo querida.