martes, 19 de mayo de 2009

Diecinueve.

Los labios finos estaban curvados en una sonrisa idiota que acababa coronada por dos carrillos rosados que marcaban aún más la redondez de la cara. Los ojos pardos brillaban de admiración y sus manos regordetas se agarraban al brazo de Edouard como si quisiera ponerlo a su altura. Él hablaba sin mirarla, pero de vez en cuando le lanzaba alguna sonrisa cortés.
Habría podido decir que era bonita en cualquier otra circunstancia. La observé durante un tiempo más, manteniendo la distancia prudencial que la carretera me proporcionaba. Un apretadísimo corsé afinaba su cintura, pero las caderas sobresalían sin poder ser ocultadas por el jacquard que las cubrían. Sin duda, le daría hijos sanos y fuertes.

Propicié el encuentro cuando el sol brillaba en lo más alto, rodeado por apenas un par de nubes bajas. Caminé con determinación hacia ellos, fingiendo un paseo matutino hacia la iglesia. Me detuve en una pastelería justo por delante de ellos. Observé mi reflejo: nadie podría decir que una prostituta se ocultaba tras el rostro sin un ápice de maquillaje llamativo y el vestido cerrado de algodón negro. Atusé el tocado que sujetaba el prieto moño sobre la nuca con las manos enguantadas y esperé a que acabara reparando en mí.
-¡Victoria…!
Mi nombre escapó de sus labios siendo apenas un susurro, pero ella pareció darse cuenta y, después de mirarlo sorprendida, giró la cabeza siguiendo la dirección que sus ojos marcaban. Me observó inquisidoramente, frunciendo el ceño.
-Oh, señor Decroix, no esperaba encontrarme con usted por aquí.
Sonreí. Edouard me miraba atónito, con los ojos muy abiertos. Abrió la boca para decir algo pero la cerró inmediatamente. Ella frunció aún más el ceño y su mirada le pedía explicaciones a gritos.
-Ella es…
-Victoire de Salambre –incliné la cabeza ligeramente y le dediqué la más encantadora de mis sonrisas-, encantada de conocerla.
Edouard se limitó a asentir, aún atónito pero con la compostura recuperada. Ella pareció vencer su desconfianza e inclinó a su vez la cabeza.
-Marie Constanze Cabarrouy, duquesa de Lille. Encantada, señora. ¿Cómo es que nunca os he visto por el Salón de La Gare?
-Hace poco tiempo que vivo en París. Mi marido y yo vivíamos en Marsella, pero sus negocios nos han traído a la capital. Ya se sabe, los comerciantes siempre se mueven al ritmo que marca el mejor postor.
-¿Su marido es comerciante? ¿A qué se dedica? –Aunque trataba de sonar amistosa, la irritación afloraba en cada palabra.
-Al hierro y al acero, como el señor Decroix. –Sonreí y me alisé los pliegues de la falda.–Me temo que he de marcharme. No me gustaría llegar tarde a la iglesia. Un placer conocerla, señorita Cabarrouy.
Caminé con paso ligero, dejando atrás la pareja. Sentía deseos de gritar y de llorar, pero no dejé que aquello me influyera. Sabía que estaba comprometido, siempre lo había sabido, pero encontrarlos allí, tener que fingir que mi única relación con la familia Decroix es a través de un marido que no existía…



He vuelto.
¿Para quedarme?

2 comentarios:

Lady Ginebra dijo...

comienza lo que parece el proceso de desbloqueo
me alegro

te quiero

Lady Black dijo...

Vuelves, para quedarte, eso seguro. Una vez que se empieza, siempre pica el gusanillo, como cuando comes chocolate xDD Igualito, ¿eh?

Me alegra que estés de vuelta. TQ! :***!

(Estoy en el Mac de una de mis cuñadas, es decir, los lagrimones se me saltan por tantísima joya metidita en una cosita tan finita y ligera... Y Lorenzo se ríe de mí T_T Qué maravilla, ¿verdad?...)