miércoles, 12 de noviembre de 2008

Doce.

Candice se sentía terriblemente sola en aquel lugar lleno de gente. Se agazapó en la esquina, amparada por la penumbra de las velas y lámparas de gas y la embriaguez de sus moradores, que no repararían en ella.
Clavó la mirada en Victoria. Era, sin duda, la persona que más admiraba de toda la Vipère, más incluso que a la Madame, que la había recogido cuando no era más que una pobre niña rebuscando en la basura cualquier cosa que llevarse a la boca para engañar al estómago. Era hermosa, pero, ¿qué chica de la Vipére no lo era? Incluso ella misma era más linda que Victoria. No, no era su belleza lo que le gustaba a Candice, sino el carisma que desprendía, esa aura de seguridad en sí misma y dominio que la caracterizaban. Y era tan sociable…
Envidiaba profundamente a Catherine por tener la posibilidad de compartir sus secretos, de conocer su ser. A Antoine, por poder tocarla con familiaridad, por ser el destinatario de sus sonrisas. A la Madame, por ser capaz de consolarla y ayudarla en los momentos más duros y miserables.
Se dio cuenta entonces de que un profundísimo deseo hacia Victoria la embargaba y la sensación de vértigo la apresó por completo. Sintió miedo: no sólo deseaba ser como ella; la deseaba a ella. Deseaba poder ser ese caballero joven y apuesto que solía visitarla asiduamente, verla desnuda, poseerla, saber que disfrutaba estando a su lado.
Justo en ese instante, Victoria se dirigía hacia ella, bamboleando coquetamente las caderas y saludando a hombres de aquí y allá. Candice enrojeció y se pegó más a la pared, deseando desaparecer. Pero Victoria reparó en su presencia y le sonrió. Una sonrisa sólo para ella, radiante, maravillosa. Candice notó un desagradable vacío en el estómago.
Victoria nunca sería suya. Nunca. Y nunca sería como ella. Nunca.
Se dirigió lentamente por entre las sombras hasta la puerta trasera del burdel. Cogió un raído abrigo del perchero y caminó sin rumbo fijo hacia el canal.
-No lo soporto más –repetía una y otra vez mientras sus bolsillos se llenaban de piedras.
El río se extendía ante ella, turbio, alterado. Notó la fría brisa de noviembre acariciar su piel y revolver su pelo rubio. Cada paso que daba estaba más cerca del fin. Dejó que cada momento feliz la embargara. El agua gélida le calaba los huesos y pronto inundó su boca y su nariz. El aire no llegaba bien a sus pulmones. Su cuerpo se resistía y se negaba a no nadar. Pero el recuerdo de Victoria acudió a su mente. De haber podido sonreír, lo hubiera hecho. Su sonrisa…
No más dolor para Candice. Jamás.

3 comentarios:

Mae Lilien dijo...

Ya te dije que esta entrada la leí con el móvil. Estaba en clase de Derecho Natural (que raro, ¿¿no?? xDD), y debo informarte que las cinco compañeras que se sientan alrededor mío (incluído Lorenzo, más tarde), se han hechizado La Vipère juju
Actualizaré cuando tú lo hagas, así que date prisa ¬¬ ... (Aún tengo que pasarlo, pero Mae me perdonará xDDD)
Me encanta salir de este mundo (Universidad+VidaAmorosa+Escribir+Leer) y ver que sigues conmigo por muy lejos que estemos. ¡GRACIAS! ññ
Te quiero un montón, y amo a Victoria todavía más ññ xDD
:*****!!

Sat dijo...

Un capítulo especialmente emotivo :). Precioso. Tendré que ir copiándolos en el word y así ir ordenándolos :P.
Un besito sis ^^

Anónimo dijo...

me gusta mucho

me recreo mi vida en venecia
me apetece ir a la otaku

te quiero

no hay mucho que decir