martes, 2 de diciembre de 2008

Dos.

A veces tienes a una persona especial tan cerca que ni siquiera eres capaz de notar su presencia. Yo no fui capaz de darme cuenta de que ella estaba allí hasta que decidió darlo todo por perdido.
Ella era diferente. Era, sorprendentemente, inteligente y culta.
Yo la usé. Era una puta, ¿no se supone que es lo que debía hacer? Ella se dejó usar; para eso la pagaba. La deseaba, sin duda, pero no era sólo deseo sexual.
Yo la engañé, vaya que si lo hice. Le prometí que uniría mi vida a la suya eternamente. Quizá fue una inmadura rebelión de mi subconsciente, un deseo tan inherente y reprimido que me oprimía el alma y luchaba por salir. Y salió. Y lo arruinó todo.
Seguramente a fecha de hoy ella seguiría proporcionándome placer sin mayor complicación que la de habernos satisfecho si nunca hubiera cometido tal error. Pero no volveré a combatir el frío con su calor ni a beber de sus labios, ni podré hacerle sentir placer jamás.
Yo la traicioné. Me contó su origen, sus secretos, sus miedos. Yo me apoyé en ella; a su lado mis inseguridades adolescentes se diluían cuando su voz solucionaba mis problemas con firmeza. Victoria, a diferencia de mí, era segura de sí misma, sabía de sobra lo que quería y cómo lo quería, y lo que tenía que hacer para conseguirlo.
Me quería a mí; con el paso del tiempo fue tan obvio que cualquiera se habría dado cuenta. Cualquiera menos yo, por supuesto. Mi ego acababa por las nubes cada vez que salía de La Vipére Noire, pero yo simplemente pensaba que ella jugaba bien su papel.
¿La quise? Realmente no lo sé. Quererla, amarla, no era lo correcto. Dentro de su habitación, nuestro pequeño mundo, sólo éramos Victoria y Edouard, sin títulos ni obligaciones. Pero una vez que estábamos fuera, yo era Monsieur Decroix y ella una simple prostituta. No había un nosotros, y nunca lo habría.
¿Me importa? No fui capaz de llorar el día que me echó de la Vipére entre gritos. Pensé, erróneamente, que sería un enfado más de tantos. Cuando no quiso volver a recibirme, cuando Madame Black me confirmó que Victoria no quería verme más, supe que sería definitivo. Tampoco entonces derramé una sola lágrima.
Lo merezco. Sería estúpido por mi parte pensar que no, después de haberle causado tanto dolor, pero a veces no puedo evitar pensar que ella sabía dónde se metía, sabía quién era yo, cuáles eran mis obligaciones como rico heredero. Pero estuvo tan cerca de conseguir sus objetivos…
El cielo estaba cubierto de nubes grises y la atmósfera era húmeda, cargada, desagradable. Sin embargo, unos finos rayos de sol atravesaban, no sin esfuerzo, la espesura, y una irreal claridad inundó el canal, haciendo brillar el agua turbia del río. Ella intentando abrirse paso en mi vida… Sonreí por lo absurdo de la metáfora.
La echaba de menos, no podía negarlo. Con suerte, no la echaría de menos en unos meses. Nunca habría existido. Era lo mejor…


Para ti, que has leído esto y has acabado con la sensación de que no son más que sandeces.
Lo sé, pero soñar es gratis.

1 comentario:

Anónimo dijo...

muy bonito es muy bonito


te quiero

no hay mucho que decir