martes, 23 de diciembre de 2008

Veintitrés.

Sobriedad era la palabra que mejor describía aquella casa. Ningún color desentonaba o resultaba demasiado chillón, ningún adorno era estrafalario o exótico, ningún mueble era atrevido o innovador, ninguna tela, aunque de buena calidad, rebosaba lujo.
Y qué decir de sus moradores.
La mujer escondía su evidentísimo sobrepeso con amplias faldas y cuellos altos de colores apagados. De una estatura muy superior a la media, tenía la cara palidísima y el pelo rojizo recogido en un moño alto. Los pequeños ojos porcinos lo miraban todo con desaprobación.
El hombre era enjuto y los años lo habían encorvado. Movía las manos nerviosamente y acto seguido se pasaba una por la inexistente cabellera. Vivía supeditado a su mujer, cualquiera podía darse cuenta, pero su tono de voz era autoritario y no admitía réplica.
Sin embargo, el hijo, aunque se mimetizaba en el ambiente con las ropas oscuras y el gesto adusto, desprendía rebeldía por cada poro de su piel. Sus ojos castaños brillaban con inteligencia, con la pasión de aquel que ama el arte. Se movía con gracilidad, como si cada paso fuera parte de un gran baile.
Amaba tocar el piano. Sus dedos ágiles se deslizaban por las teclas con soltura, con delicadeza. Le gustaba interpretar a clásicos y contemporáneos, pero, por encima de todo, le gustaba componer sus propias piezas. Eran oscuras, como todo lo que él conocía, pero llenas de vitalidad y carisma.
Un día no demasiado especial, aquel chico de cabellos como el fuego decidió seguir con sus estudios musicales de forma seria para convertirse en un futuro cercano en todo un profesional.
-No pisarás el conservatorio, Antoine. Tu destino es seguir los pasos de tu padre y dirigir el bufete más prestigioso de la ciudad.
-Pero… ¡madre!- la miró con un mohín compungido desde el sillín del piano. Buscó la mirada de su padre y encontró una indiferencia fría y cortante.
-No se hable más. No irás mientras vivas bajo nuestro techo. Bastante hicimos permitiendo que aprendieras a tocar ese maldito instrumento. ¡Incluso hemos permitido que vayas al teatro a ver el ballet! ¿Qué más quieres? Un hombre de tu posición no debería ir a sitios como esos sino para acompañar a su mujer.
Antoine no la escuchaba. Su cerebro valoraba rápidamente las posibilidades, temeroso de encontrar alguna complicación.
Cuando dejó de oír el murmullo constante de la voz de su madre, musitó una afirmación y salió de la habitación cabizbajo. Una vez fuera del campo de visión paterno, corrió escaleras arriba.
Cerró la puerta y se tiró en la cama, esperando pacientemente la llegada del anochecer. El resplandor rojo del sol poniente se apagó despacio, y cuando las primeras estrellas empezaban a brillar, los ruidos amortiguados de pisadas y conversaciones de los criados se extinguieron dando paso a un silencio sepulcral. Antoine se levantó todo lo despacio que pudo, conteniendo la respiración. Abrió un par de cajones y sacó unas cuantas mudas y algo de ropa de abrigo, que metió en un pequeño saco. De una caja de madera escondida tras una pila de libros de Derecho sacó un fajo de billetes y lo guardó en el bolsillo de su chaleco de seda.
La ventana cedió suavemente. El aire era más cálido que otras noches, y Antoine lo consideró una buena señal. Pudo a duras penas sentarse en el poyete, pero una vez que lo hizo, el resto de acciones le parecieron de extrema sencillez. Sus ropas se engancharon en las zarzas del jardín, que parecían querer retenerlo, obligarlo a permanecer en aquella jaula de oro que era su hogar.
Corrió durante horas amparado por las sombras. Cuando paró, exhausto y magullado, el río se extendía ante él, ancho y lúgubre, colmado de pequeñas embarcaciones y grandes flotas.
Sólo el murmullo tenue del fluir del agua enturbiaba la paz reinante. Antoine se sintió libre por primera vez en su vida. Respiró aquel aire contaminado, dejó que inundara sus pulmones. Se habría tirado de buena gana a aquel torrente gritando como un loco, saboreando la independencia.
Pero una figura femenina rompió la magia con su presencia.

2 comentarios:

Sat dijo...

CHANCHANCHAAAAAAAAAAAN.
Molan tus finales, siempre dejan con buen sabor de boca y ganas de seguir leyendo.
:*

Anónimo dijo...

hooola

te posteo desde mi nuevo portatil siiiii


como lees tengo un portatil

genial el cAp cpmp siepre