lunes, 15 de diciembre de 2008

Quince.

Coqueteaba con unos y otros, derrochando sonrisas, mientras las gotas de lluvia golpeaban insistentemente los cristales del burdel. Me sentía desorientada e inapetente; notaba la actividad frenética de La Vipére girar a mi alrededor demasiado deprisa para seguirla. Miré el reloj de pared ansiosa. Edouard había prometido venir a visitarme a las diez y ya hacía más de una hora que había llegado la medianoche.
Abrieron la puerta estrepitosamente. Edouard se apoyó contra el marco, empapado, farfullando incoherencias y saludos, mientras el gélido viento de la ciudad arañaba las cortinas y luchaba con las velas. Mechones de pelo negro le caían desordenadamente por la cara y llevaba la pajarita desabrochada y la camisa a medio poner. Lucía una sonrisa idiota, que se intensificó cuando me distinguió entre la multitud.
-¡Vicky…!- se acercó. Apestaba a alcohol. Extendió los brazos hacia a mí pero me eché ágilmente hacia un lado. Edouard tenía el cuello lleno de marcas de carmín.
-No te me acerques después de haber estado con una furcia cualquiera.
Soltó una risotada y me cogió por la cintura violentamente, atrayéndome hacia el.
-¿Acaso tú eres más que eso? –susurró, con un tono serio y sobrio que nada tenía que ver con el anterior.
La bofetada resonó por todo el salón. Decenas de caras se volvieron hacia nosotros. El silencio se había apoderado de la Vipére: las conversaciones cesaron de golpe; el piano de Antoine dejó de tocar sus decadentes notas. Edouard abrió la boca al tiempo que se acariciaba la mejilla adolorida. Madame Black se alzó majestuosa y, tras un gesto, el bullicio habitual comenzó de nuevo.
No esperé a ver la reacción de Edouard y caminé apresuradamente hasta mi habitación. Cerré la puerta con un golpe y me tiré contra el sillón, llena de rabia. Edouard golpeó la puerta, demasiado borracho para encontrar el manillar. Balbuceó insultos durante un rato, maldijo para que le dejara entrar, y, cuando se dio por vencido, susurró palabras tiernas para que me ablandara.
-No malgastes tu miserable tiempo aquí, Edouard. No tengo ninguna intención de dejarte pasar.
-¡Vas a dejarme, Victoria! ¡Eres una puta y reclamo tus servicios!
No sé cómo lo hizo, ni de dónde sacó las fuerzas, pero consiguió desencajar la puerta. Entró hecho una furia, desharrapado y ojeroso, mirándome desafiante. Un portazo resonó con violencia; la madera crujió. No me moví cuando se acercó lentamente, segura de que no sería capaz de hacerme daño.
Me empujó contra la cama y se me echó encima. Pataleé y lo golpeé con toda la fuerza que mi cuerpo me permitía, pero, incluso borracho, él podía someterme con la facilidad con la que un buey se somete a un yugo. Desgarró las telas que me cubrían, arañó mi piel con saña. Sus labios quemaban, sus manos me producían asco. El cansancio se apoderaba de mí y el deseo de sucumbir a sus exigencias cobraba fuerza.
Pero nunca había dejado que un cliente me hiciera más de lo que yo quería.
Él no sería el primero.
Dejé de luchar, y Edouard se sorprendió. Ese momento de duda me sirvió para escabullirme de su peso y levantarme para salir de allí. Él fue más rápido, y antes de darme tiempo a alcanzar el manillar y escapar, saltó de la cama, y me agarró de la cintura.
Grité pidiendo ayuda, pero nadie parecía oírme. Me arrastró de nuevo al lecho, arrancando los jirones que quedaban de mis ropas. El brillo en sus ojos era demencial, amenazador.
-¿Para qué te esfuerzas? Todos creerán que gritas de placer… No es muy distinto a lo que sueles hacer, ¿no crees?...
Caí de rodillas, desnuda y desvalida, aún gritando. El contacto con su piel me hizo retorcerme, asediada por la repugnancia. No paraba de moverse dolorosamente dentro de mí, a mi espalda, como si no fuéramos más que dos perros salvajes. Cada embestida era una lágrima, un arañazo en la piel de las manos que se aferraban a la colcha intentando disuadir el dolor. Cerré los ojos con fuerza para evitar los recuerdos, para evitar ser consciente de que aquella escena era parte también de mi pasado.
Cuando se hubo satisfecho, me dejó allí tirada, exhausta y maltratada, llena de un dolor más intenso que el que sentía entre las piernas.
Podría haber esperado muchas cosas de Edouard, pero no esto.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

como me lo esperaba ^^
me gusta sobretodo la ultima frase muy dramatica^
tres dias mas , paz y gloria!!

te quieroo

la sembradora

Sat dijo...

Perdona que no lo leyese, he andado hasta arribita de exámenes, pero bueno, ahora tengo "relax" ;D. O, al menos, podré levantarme tarde, aunque de seguido me tenga que poner con Catalán y Lingüística u_ù (y para compensar mis esfuerzos, algo de mi maravilloso japonés (L)).
Muy emotivo el pasaje y con mucha carga en las palabras, me encanta :).

Chuu :*.