lunes, 15 de junio de 2009

Quince.

Abrí los ojos y la nada se extendió ante mí. Los cerré, asustada, y la misma oscuridad de antes volvió a atraparme. Un frío seco e inmutable cargaba la atmósfera y erizaba el vello de mi piel desnuda. Aún no había conseguido acostumbrarme al ruido sordo y lejano de un goteo constante que me estaba haciendo enloquecer. Busqué a tientas una sábana con la que arroparme y el tacto áspero del cubre colchón me hizo desistir. Me abracé las rodillas, temblando. Y allí estaba él.
Era incapaz de verle en aquella hermética negrura, pero hubiera podido captar su olor incluso entre la inmundicia más absoluta. Ni siquiera la penetrante mezcla de desinfectante y humedad que impregnaba todo era capaz de cubrirlo.
-Has venido.
Mi voz fue apenas un susurro, apagado por las miles de emociones que se entrecruzaban en mi cabeza. Extendí una mano y pronto se entrelazó con la suya. La acercó a sus labios; su aliento cálido me hizo estremecer. Apartó el pelo de mi cuello y lo acarició. Sonreí y supe que él también lo hacía. Con un ágil movimiento, se tumbó en la cama, a mi espalda, rodeándome. La tela de su traje era suave y agradable, y apoyé todo mi peso contra él, deseosa de su contacto. Recorrió con un dedo la curva de mis pechos hasta llegar al vientre. Trazó círculos alrededor de mi ombligo casi con mimo.
-Lo sabías y por eso has venido, ¿verdad?
Asintió. Un nudo me apretó el estómago y no sabría explicar si fue por la emoción de las expectativas cumplidas, el miedo a aceptar el futuro o el inmenso alivio de no verme sola.
-Gracias…
Me giró hacia él y lo abracé con fuerza. Hundí la cara en sus hombros. Dejé que alguna lágrima indecente saliera de su prisión: me sentía tan feliz que ya nada importaba.
-Sabía que no me dejarías sola. A pesar de todo, el futuro es nuestro. He soñado tantas veces con este momento…
Se levantó despacio. Le agarré de la muñeca, apretándola contra el colchón.
-No te vayas. No, no vuelvas a irte. Te necesito, ahora más que nunca. Mi amor…
Pero él seguía en silencio. Me miró durante un momento, evaluándome, y deseé con todas mis fuerzas que hiciera caso de mis súplicas. Me abrazó. Acarició mi pelo con los labios; aquel acercamiento fue tan placentero que cerré los ojos durante un momento, dejándome llevar…
Y cuando los abrí de nuevo, él ya no estaba a mi lado.
Y yo seguía con las rodillas abrazadas, temblando de frío, como si nada hubiera pasado.
Lloré, grité, pataleé y maldije durante todas las horas que mis escasas fuerzas me permitieron, sin saber si ya había llegado el día o seguía sumida en una noche eterna. Nadie se interpuso; nadie vino para calmarme.
Aquel día, presa de mi delirio, me aferré a la idea de que volvería a buscarme.
Volvió.
Vivimos la vida que siempre quisimos tener.
Que yo siempre quise tener.

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