sábado, 13 de junio de 2009

Trece.

Su cuerpo pasó de cama en cama todas las noches después de aquélla. Aprendía de las experimentadas mujeres de los bajos fondos y practicaba con cualquiera que estuviera dispuesto, en cualquier momento y lugar.
Abandonó el hotel un par de días después, cuando encontró por casualidad la tarjeta que aquel desconocido le había ofrecido el primer día que llegó. El edificio era sobrio, de un color café triste y apagado. No tardó en descubrir que todo en aquella casa era así; todo excepto el hijo pequeño, poco menor que ella. Christine lo observaba maravillada tocar el piano de manera casi furtiva, buscando los momentos en los que nadie pudiera interrumpirle. Sentía lástima por él, tan creativo, tan alegre, encerrado entre tanta sobriedad.
No se quedó allí más de una semana, lo suficiente para organizarse y buscar recursos. Nada parecía ser de su agrado, nada respondía a sus apetencias.
Hasta que la vio.
Aquella mañana del final del otoño encontró lo que siempre había buscado. Un edificio alto, de fuertes vigas de madera y diseño elegante se extendió ante ella como por casualidad. Christine observó anonadada sus jardines, su altura, sus ventanales amplios. Giró sobre sí misma y reparó de pronto, como si todo hubiera aparecido por casualidad, que estaba rodeado de teatros, en un lugar refinado y elegante, pero, aún así, alejado del mundanal ruido.
Pagó cuanto se pedía por él y horas más tarde el edificio era suyo.
Se marchó sin despedirse. Ni siquiera recogió sus pertenencias; no las necesitaba en su nueva vida.
Antoine corrió durante horas amparado por las sombras. Cuando paró, exhausto y magullado, el río se extendía ante él, ancho y lúgubre, colmado de pequeñas embarcaciones y grandes flotas.
Sólo el murmullo tenue del fluir del agua enturbiaba la paz reinante. Antoine se sintió libre por primera vez en su vida. Respiró aquel aire contaminado, dejó que inundara sus pulmones. Se habría tirado de buena gana a aquel torrente gritando como un loco, saboreando la independencia. Pero una figura femenina rompió la magia con su presencia
Al principio no la reconoció, pero, en cuanto la luna bañó sus facciones finas, no supo si sentirse aliviado o salir corriendo. Se quedó allí, rígido, hasta que ella, que había tenido los ojos azules clavados en él en todo momento, se acercó sigilosamente.
-¿Has venido a buscarme?
Antoine la miró sin comprender, frunciendo el ceño. Negó con la cabeza despacio.
-Bien, porque no pienso volver.
-Yo tampoco.
Christine lo miró largamente, estudiándolo.
-Eres demasiado bueno para ellos –sentenció. -¿Tienes algún lugar al que ir?
-No, y supongo que tú tampoco.
-Te equivocas –chascó la lengua y le dedicó una media sonrisa. -¿Te gusta el nombre de “La Vipére Noire”?
-Suena exótico. ¿Qué es?
Ladeó la cabeza y clavó la mirada en el. –Mi nuevo hogar. Y el tuyo.

No hay comentarios: