viernes, 20 de junio de 2008

Veinte.

Llegamos a La Vipère Noire después de una caminata no excesivamente extensa, en la que Catherine me habló ininterrumpidamente del lugar y sus extraños moradores.
Madame Black se paró frente a la fachada de una casa solariega, pintada de rosa pálido. Sacó una gran llave de plata del pequeño bolso de fiesta verde esmeralda a juego con su vestido y nos hizo pasar a través del quicio de la puerta de madera tallada.
Nos recibió una entrada rectangular, iluminada únicamente por la tenue luz de las lámparas de gas e impregnada de un aroma dulzón. Un par de muebles de ébano contrastaban con las paredes de damasco y la moqueta burdeos que cubrían la estancia.

Mi nueva dueña se adentró por la puerta del fondo y Catherine la siguió, dócil, arrastrándome con ella. Los pasillos estaban forrados de la misma manera que la entrada y se me antojaron eternos, inacabables.
Por fin llegamos al lugar donde se desarrollaría gran parte de mi vida. Amplia, luminosa, lujosa. El piano, situado al fondo, tenía a cada lado dos puertas de madera azabache y tosca. La barra del bar estaba regentada por un hombre de color, alto, corpulento y sorprendentemente atractivo. Sus ojos negros se clavaron en mí durante unos segundos, analizándome, y después volvieron a su tarea. Poco después supe que era llamado por todos Mousse y sólo la Madame conocía su verdadero nombre.
De esas puertas salió el que con el transcurso de los meses se convertiría en el hermano mayor que nunca tuve. Su cabello, de una viva tonalidad anaranjada, centelleaba bajo la trémula luz del ambiente. Su piel pálida brillaba, quién sabe si del sudor tras acabar el acto sexual o de algún cosmético hidratante altamente graso. Su pecho estaba desnudo y sólo una especie de calzones blancos cubrían su entrepierna. Caminó, estola al cuello, hacia el lugar donde estábamos paradas moviendo exageradamente las caderas, sin dejar de sonreír.
-¡Ay, Madame! ¿Quién es esta preciosidad que nos has traído? Deja que te vea, querida...-me hizo dar una vuelta completa sobre mí misma; alborotó mis cabellos; inspeccionó mi rostro; palpó mis senos y mi trasero sin ningún tipo de consideración. -Bueno...-dijo una vez acabado el reconocimiento- no tiene unos grandes atributos. Pero tú dale un añito o dos más y ya verás, ¡esta se nos convierte en la reina del lugar!
Madame Black sonrió y aquel extravagante sujeto se dirigió a la barra, donde besó apasionada y sonoramente a Mousse.
-No te preocupes -me susurró Catherine -Antoine siempre hace eso con las nuevas.

3 comentarios:

Raúl III dijo...

Como se llamaria adiccion a esto? rottenguorldmaniaco? rottenguorldómano?
rottenguorldicto?
Quiero más x)
y, eso que la trama en si aún no comienza y estás aún iniciando el relato... como dije, quiero más
te quiero, nos vemos

Anónimo dijo...

para mi siempre siempre sera chocolate me da igual como le llames tu.

me ha llegado la carta del viaje de canada ^^

te quiero

Mae Lilien dijo...

Antoine, el catador de las nuevas O_O
Eso ha sido lo primero que me ha dicho Allan cuando ha leído la entrada... yo solo digo *O* qué larga esta vez *O*!!!
Ah, conexión fea y mala a internet me impide estar conectada más de tres minutos :)
Actualizaré antes de irme de viaje.
No lo hagas sin mí eh!! xDD Ya no recuerdo el nombre que habíamos propuesto...
Te quiero!! :***!!
Cuidateme!! (Me, dativo ético ññ)